martes, 16 de junio de 2009

Yegua de la Noche O De los Sueños Húmedos de Borges

Yegua de la noche
O de los sueños húmedos de Borges

Si un hombre atravesara el paraíso
en un sueño y le dieran una flor
como prueba de que había estado ahí,
y si al despertar encontrara esa flor
en su mano… ¿entonces qué?
Coleridge



Es difícil explicar los sueños porque cada cultura produce los suyos propios, entre ellos no se parecen sino en lo caótico.
Yo he creado mi propio universo y lo he poblado de seres imaginarios, libros mágicos y personajes adivinados por mi propia fantasía. El tiempo y el espacio han ocupado mis reflexiones, la historia, mi poesía.
Siempre mi universo se ha ceñido a los temas de mi interés ¿Cómo entonces explicar que un mundo ajeno haya penetrado mi universo?

La única forma de exorcismo que me fue dada es la escritura.

Ya dije en otra parte que mi ceguera me ha traído un paisaje de escenarios amarillos, éste color también predomina en mis sueños. La intrusión de ese mundo ajeno fue evidente por la presencia del color rojo. Ese hermoso color, que hacía mucho no veía, invadió mi universo privado en la forma de una atmósfera pestilente de vino, de un laberinto de espejos y de los humores de mujeres y hombres vulgares que se expresaban en un inglés también vulgar. Mientras percibía cómo ese ambiente degradante me envolvía, un hombre barbado y sucio se me acercó.
-Por favor, acompáñeme- me dijo el hombre desaliñado y sin esperar respuesta me tomó del brazo y me condujo por ese laberinto de reflejos. A su paso, todos saludaban al hombre de la barba con un temor casi reverente.
Buenas noches, señor o ¿cómo está usted, señor? Y sin esperar respuesta se esfumaban.

Llegamos a una mesa en la que se encontraba una mujer rubia, joven y medio vestida con una blusa transparente que sólo cubría los senos y una falda muy corta que dejaba ver sus hermosas piernas sin sugerir nada.

-Tome asiento junto a mi- me invitó la joven con una sonrisa cautivadora- ¿Qué lo trae por aquí? continuó, evidentemente tratando de ser cortés.
-Bueno… busco a Beatriz- contesté y mi respuesta me sorprendió a mí mismo.
-¡Ha! En un momento sale, ya casi es su turno.
-Y dígame, señorita ¿quién es el hombre que me trajo a usted?
-Es el señor Charles, es el dueño del lugar y de… todas nosotras.
-¿Dueño de ustedes? ¡Oh! Sí… es como el Dragón de la imaginería germana, habita en las profundidades de su cueva infernal y custodia su tesoro, pero como el Dragón, jamás usa su tesoro.
-Me gusta su comparación… sí, nosotras somos su tesoro y no nos usa. Sólo deja llegar a nosotras al héroe que merece poseernos- contestó alegre y su risa resonó en todo el lugar- es usted un señor muy divertido ¿me invita una copa?
-Lo siento, sólo espero a mi Beatriz. Es la única que me ha devuelto la fe en el Eterno. Pero dígame ¿qué hace usted en éste lugar?
-Trabajo, me gano unos dólares para mantener a mi novio. El muy desgraciado no trabaja, pero si no le doy dinero me deja y lo último que quiero es quedarme sola. Ya me abandonó mi padre cuando era niña y ahora no voy a permitir que mi novio me abandone. Además me gusta lo que hago: juego, me burlo de los arrastrados que vienen a mendigar una caricia. Cómo cuando yo le mendigaba caricias a mi padre y lo único que hacía era ignorarme, empujarme. Mi error fue insistirle, porque un día que llegó muy borracho, más de lo que acostumbraba, me buscó para golpearme y me violó. Me decía que no llorara, que sólo me estaba dando lo que yo siempre le pedía. Después lo mataron, dicen que por pleitos de dinero, yo no sé, pero él tenía razón, sólo me dio lo que siempre le pedía.
-Es probable que las abominaciones que hizo su padre se reflejen en ese espejo de múltiples dimensiones que es la vida de su hija, o sea usted, y esté pagando su padre, con una orgía de vino, abusos, miedos y humillaciones la condena de su alma que es su propia alma.
Esta cueva, ese hombre degradado llamado Charles, esta vida licenciosa, mi propia estancia en este lugar, mi alma detenida en el infierno de su historia, Beatriz, que es mi fe y mi esperanza condenada, las luces rojas del Averno que nos envuelven y me devuelven, como la sangre, mi vida y mi ilusión; nos unen, nos cuentan un pasado común, un mismo espacio en otro tiempo compartido… ¿me entiende? Todos aquí somos capítulos del mismo libro.

Beatriz se acercó y sin decir palabra, como si su presencia fuera una orden, me levanté y la seguí ¡Cómo me excitaban su cabello negro, abundante, su piel blanca, su cuerpo danzante y poderoso! El color rojo tonificaba mi cuerpo decrépito, me empujaba a continuar, a decir que sí hasta donde ella quisiera. Entramos a una habitación saturada de su aroma, todo evocaba su presencia, el orden, la sensualidad de las formas que en mi ceguera adivinaba hermosas, perfectas.

-Siéntate- me dijo. Tomó mi bastón y lo acarició. Movía sus caderas mientras lamía el bastón y lo pasaba entre sus piernas.
-Sácalo- me dijo, abriendo su boca y lamiendo sus labios.

Sólo acerté a quitarme el pantalón y recostarme. Sentí su boca entre mis piernas, poco a poco el lento dragón fue despertando, monte su cuerpo y cabalgué, cabalgué como en un Purasangre nacido del aliento de Alá. Ella gemía y cada gemido renovaba mi fe… sí, mi fe en la virilidad, que es el único camino hacia el Misericordioso.

No recuerdo más, a la mañana siguiente, al despertar, yacía en mi mano el calzón rojo de Beatriz.


Jorge S. Luquín

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