martes, 16 de junio de 2009

El Brujo

El brujo


Sí, yo conocí al tal Miguel y supe todas sus andadas por estas tierras. Mire… le voy a contar.

El llegó aquí en el ochenta y ocho, pero ya había andado por Quilá y el Dorado algunos años antes, entonces pos ya lo conocía la gente de por acá. A él lo buscaban mucho de otros ranchos, era muy famoso por las curaciones que hacía.

La primera sorpresa que nos dio fue cuando se llevó a vivir a su casa a la Lorenona, la de la cervecería y la presentó como su novia; los que más confianza le tenían le decían que pa’ qué se llevaba a esa vieja habiendo tantas muchachas, que esa era una puta, pero Miguel se enojó. No dijo nada, nomás no se volvió a parar en casa de los que le habían dicho sus piensos.
Lo de mariguano y borracho pos ya no era sorpresa, todos lo conocíamos así, pero lo queríamos porque siempre ayudaba a todos los que se le acercaban.

Lo de brujo, se queda corta la gente. Era brujísimo. Nomás de verlo a uno le decía todo: cuantos hijos tenía, si era casado, si estaba enfermo, si su mujer lo engañaba, si tenía amantes; bueno, hasta a las viejas les decía si estaban menstruando. Yo ví como levantó a doña Severa de su silla de ruedas y como le quitaba lo loco a Felipillo, el de don Antonio.

Yo me lo llevaba de de caza al monte porque le gustaba mucho. Cazábamos armadillos que porque la concha la usaba pa’ enterrar trabajos de brujería y el pito pa’ atraer mujeres; tlacuaches pa’ usar su manteca contra la bronquitis; gatos monteses pa’ usar la piel contra brujerías; venados pa’ colgar sus cuernos como protecciones y la carne pa’ comérnosla.

Le gustaba que lo llevara a escarbar en la parcela porque siempre encontraba figuras de los indios de antes y a buscar oro que porque decía que aquí había mucho.

Un día se enteró que la Lorenona se había ido con otro y Miguel se puso muy borracho y mariguano; toda la noche tomó y al otro día, tempranito, ya había dejado el pueblo.
Luego me enteré que estaba en Pueblos Unidos, en casa de don Manuel y fui por él porque yo iba a sembrar el fríjol y quería que me ayudara pa’ que la siembra fuera buena; me ayudó y tuve muy buena cosecha.

Yo me la pasaba con él porque, pos tú ya sabes, a mi también me gusta el pisto y con él era tomar todo el día.

Nos hicimos muy buenos camaradas y lo acompañaba a ver a todas las personas que atendía.
Ahí conoció a la Brenda, la prima de mi mujer; la que está casada con el Panchón.
Ya tenía tiempo medio loca y su comadre la llevó con Miguel porque no podía andar sola, desconocía al marido y a los hijos y se arrancaba pa’ la capital.

Miguel la empezó a curar. Siempre acompañada de la comadre porque la Brenda ni hablaba, estaba como muda, como tontona. La comadre era la que le decía al Miguel cómo se sentía la enferma.
Un día llegó la Brenda sola, más repuestita; cuando salió, Miguel me dijo que ella quería con él. Al otro día llegó la Brenda con una faldita enseñando todos los muslos y se encerró con Miguel. Cuando salieron, Miguel y yo nos fuimos a la cervecería.

-¿Qué pasó, Miguelón? - Le pregunté- ¿Qué tiene la Brendona?
-Está bien jodida, toma pastillas pa’ calmarse que le recetó el doctor, dice que si no se las toma se siente desesperada.
-¿Y tiene arreglo?
-Pues son varias cosas. Dice que su marido no le gusta por gordo, y luego, como confesándose, me dijo que tiene unos “amiguitos” jovencitos con los que se desahoga cuando puede.
-¿Y qué le vas a hacer?
-Quedamos en que le voy a dar mariguana a fumar para que deje el valium, le hace menos daño y no le crea adicción. Me preguntó si la mariguana la excitaría porque el valium le gusta por eso, dice que la pone caliente. Le dije que sí y que de hecho era mas rica la sensación con la mariguana.
-¿Y crees que le entre?
-Claro, si es su pretexto, ya te había dicho que quiere conmigo. Hasta me dijo “¿que tal si fumo y me caliento y ahí te agarro? Puse cara de sorpresa y le dije que eso estaría bien.

Desde entonces, la Brendona iba cada tercer día por su “terapia”

--Eso es lo que necesita --dijo Miguel-- ni limpias ni medicina, su problema es que es muy caliente y su marido no la atiende.

Como Miguel siempre sabía qué hacer en cada caso, pos yo no dije nada. La Brendona no se volvió a poner loca y su marido, el Panchón, fue a agradecerle a Miguel la curación de su esposa, quien después de recompensarlo con un buen fajo de billetes, le pidió un tratamiento igual para él.



Jorge S. Luquín

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